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En momentos de reflexión, como los que propicia la Semana Santa, resulta oportuno mirar hacia nuestro país no a través de lentes teñidas por el pesimismo, sino por el de las posibilidades que dan nuestras fortalezas. Colombia enfrenta desafíos significativos, sí, pero en esta oportunidad quiero referirme a cuatro pilares fundamentales que sostienen un pensar en positivo.
La Esencia Económica de Colombia: Un Motor Movido por el Consumo de los hogares
Primero, es crucial reconocer el verdadero ADN de nuestra economía. Sorprende a muchos saber que el 73% de nuestro PIB proviene del consumo de hogares, un porcentaje superior al de potencias como Estados Unidos y China. Este dato no solo destaca nuestra idiosincrasia como consumidores sino que subraya la importancia del emprendimiento y del sector informal como dinamizadores de nuestra economía. Con cerca de 5.7 millones de empresas, la mayoría de ellas pequeñas, Colombia se erige como un país de emprendedores, un hecho que, lejos de ser un aspecto negativo, refleja nuestra capacidad de generar empleo y estimular el aparato productivo.
Al observar la economía colombiana a principios de 2024, nos encontramos ante cifras que merecen una reflexión detallada. Con una población ocupada de 22 millones de personas, es notable que el 55.8% de esta, equivalente a 12.3 millones de individuos, se encuentre inmersa en el sector informal. Esta alta tasa de informalidad, junto a una tasa de desempleo del 12.7%, pinta un cuadro complejo de nuestro mercado laboral. Lejos de ser meros números, estos datos revelan las capas multifacéticas de nuestra economía, donde la informalidad, más allá de ser un simple margen, constituye un eje central de la actividad económica.
Además, el análisis del ingreso per cápita de Colombia en 2023 nos ofrece perspectivas sorprendentes. Con un ingreso nominal de USD 7,100, nos situamos por debajo del promedio mundial de USD 13,800. Sin embargo, al ajustar por paridad de poder adquisitivo (PPA), el panorama cambia drásticamente: el ingreso per cápita se eleva a USD 20,287 en 2022, con proyecciones que superan los USD 21,000 para 2023. Este ajuste no solo refleja un nivel de vida relativamente más alto de lo que sugieren los valores nominales sino que nos coloca en una posición comparable con países como México, China y Tailandia, e incluso cercano al promedio mundial.
Este fenómeno no es exclusivo de Colombia. España, por ejemplo, vivió una transformación similar en la década de los 80, reconociendo y potenciando su estructura económica en torno al emprendimiento y al sector autónomo. De esta manera, fortaleció su economía y la creación de empleo fuera del ámbito formal.
La economía colombiana, por tanto, se caracteriza por una combinación única de consumo doméstico robusto, emprendimiento vibrante, y un tejido empresarial dominado por pequeñas empresas, muchas de las cuales operan en el sector informal. Este ecosistema, lejos de ser una debilidad, es un testimonio de la capacidad de adaptación y generación de ingresos de los colombianos, ofreciendo pistas esenciales sobre nuestro ADN económico.
Este ADN, una amalgama de emprendimiento, empresas de pequeña escala, y economía formal e informal entrelazadas, es auto generador de empleo y poder adquisitivo. Reconocer y comprender esta dinámica es crucial para diseñar políticas que no solo busquen formalizar la economía por la formalización misma, sino que valoren y potencien estas características inherentes a nuestra identidad económica.
La fortaleza Institucional de Colombia: Un Baluarte de Democracia y Progreso
La solidez institucional de Colombia, en comparación con otros países de la región como México, Brasil y Argentina, resalta como un pilar fundamental de nuestra democracia y desarrollo socioeconómico. Este logro no es menor y debe atribuirse en gran medida al diseño constitucional de 1991 y al papel desempeñado por nuestro Congreso. La Constitución del 91, con su estructurado sistema de pesos y contrapesos, ha establecido un marco robusto para la gobernanza, equilibrando poderes en los ámbitos económico, político y jurídico. Aunque conscientes de las imperfecciones y retos de nuestro Congreso, no podemos negar su contribución significativa a la estabilidad y al progreso de la nación.
Actualmente, la institucionalidad colombiana enfrenta un período de prueba decisivo, involucrando a todos los sectores de la sociedad en un ejercicio de introspección nacional. Este momento de reflexión abarca desde el análisis político y económico hasta el compromiso ciudadano, empujándonos a evaluar críticamente lo que debe ser preservado, mejorado o reformado dentro de nuestro marco legal y constitucional. El desafío radica no solo en identificar estos aspectos, sino en decidir cómo abordarlos, ya sea aferrándonos a las reglas establecidas en nuestra carta magna para salvaguardar la democracia y el orden legal, o inventando unas nuevas bajo la sombra e intenciones de un gobierno que piensa que haber ganado unas elecciones democráticas le da autoridad para imponer sus propias reglas.
Este proceso de deliberación y autoexamen es extraordinariamente valioso, aunque complejo, y se ve potenciado por la actual administración de izquierda, que ha incentivado un debate nacional saludable. Este debate no solo abarca a la clase política sino que convoca a toda la sociedad a participar activamente en la definición del futuro del país. Este escenario, sin duda, pone a prueba la fortaleza y la flexibilidad de nuestro sistema institucional y democrático.
En este contexto, la propuesta de redactar una nueva constitución se convierte en un tema de debate crucial. Sin embargo, sostengo que cualquier esfuerzo en esta dirección debe ser guiado por propósitos nacionales trascendentales, más allá de los intereses partidistas o de gobierno. La constitución vigente ya ofrece mecanismos para que cualquier administración adapte y ejecute sus agendas mediante la promulgación de leyes ordinarias o estatutarias, subrayando la capacidad de nuestro sistema legal para evolucionar y responder a las necesidades del país sin necesidad de una revisión constitucional total.
Este es un momento para reafirmar nuestra fe en las instituciones que nos han guiado hasta aquí y para participar de manera constructiva en el diálogo nacional sobre nuestro futuro colectivo.
El Despertar de las Regiones: Una Nueva Fuerza en el Panorama Colombiano
En la Colombia contemporánea, las dinámicas regionales están emergiendo como un poderoso eje de transformación, desafiando la tradicional organización geopolítica y la preeminencia de las grandes capitales. Este cambio señala un despertar de las regiones, que buscan una mayor representación y consideración de sus necesidades y particularidades, más allá de las agendas de los partidos políticos nacionales.
Las regiones de Colombia están marcando una nueva ruta en el diálogo político y económico, exigiendo que sus representantes en el Congreso estén verdaderamente alineados con los intereses locales. La desconexión entre las políticas nacionales y las realidades regionales ha llevado a un punto de inflexión, como se evidenció en las pasadas elecciones de alcaldes y gobernadores en donde los electores se distanciaron de los candidatos afectos al gobierno, optando por no apoyar a la coalición mayoritaria. Este acto de independencia no solo refleja el deseo de autonomía, sino también una crítica a la forma en que se están manejando las políticas a nivel nacional, percibidas por muchos como alejadas de las necesidades reales de las regiones.
La poca asistencia en la costa y en Antioquia a las reuniones de gobernabilidad regional convocadas por el gobierno, tachadas de demagógicas y carentes de soluciones prácticas, subraya la frustración con el enfoque centralizado actual. Este malestar no es trivial y tiene implicaciones significativas para el futuro político del país. Los representantes a la Cámara, quienes deberían encarnar los intereses regionales por encima de los partidistas, enfrentan un ultimátum claro: alinearse genuinamente con las demandas de sus regiones o enfrentar el rechazo en futuras elecciones.
Esta tendencia no solo refleja un clamor por mayor representatividad y atención a las necesidades locales, sino que también destaca el potencial de las regiones para influir en el redireccionamiento de las políticas nacionales. Reconocer y empoderar las regiones podría ser la clave para una Colombia más unida y equitativa, donde el desarrollo no esté monopolizado por las áreas metropolitanas, sino compartido y dirigido por las realidades y aspiraciones de cada región.
Revaluando la Polarización: El Papel Vital de la Oposición en la Democracia Colombiana
La preocupación por la polarización política en Colombia, a menudo descrita como un obstáculo para el progreso, merece ser examinada desde una perspectiva diferente. Lejos de subscribirme a la idea de que la polarización frena nuestro avance, destaco una visión implementada en nuestra constitución; de gobierno oposición, a mi juicio poco entendida, que reconoce su valor dentro del juego democrático. La presencia de una oposición fuerte y activa es no solo conveniente, sino esencial para el equilibrio y la salud de nuestra democracia.
Este dinamismo opositor es fundamental para mantener en vigilancia al gobierno de turno, actuando como un eficaz mecanismo de control contra la corrupción, el abuso de poder y el incumplimiento de las promesas electorales. La práctica diaria de este control, ejercido tanto por la oposición como por las altas cortes del país, garantiza la estabilidad y la seriedad de nuestro sistema democrático. A través de estos pesos y contrapesos, se fomenta la transparencia y la rendición de cuentas, elementos cruciales para la confianza ciudadana en sus instituciones.
Entender la polarización como una manifestación natural del debate político nos permite apreciar mejor el papel que la oposición juega dentro del sistema. En una analogía clara, nuestro sistema democrático puede compararse con una moneda de dos caras: una representa al estado y su estructura de gobernanza, imprimiéndole valor y dirección; la otra, igual de importante, encarna al poder ciudadano y democrático, garantizando que el estado permanezca sensible y responsivo a las necesidades y deseos de la población. Dos caras de la misma moneda que coexisten la una con la otra y son la manifestación de su legitimidad.
Esta dinámica entre gobierno y oposición no debe verse como un impedimento, sino como un signo de vitalidad democrática, donde el debate abierto y el escrutinio mutuo aseguran que el poder se ejerza de manera justa y equitativa. Es a través de este proceso que se preservan los principios democráticos y se promueve una gobernanza efectiva que refleje verdaderamente el espectro completo de la sociedad colombiana.
La polarización, como manifestación válida de la oposición cuando se enmarca dentro de los límites del respeto y el diálogo constructivo, no es un mal a erradicar, sino un componente esencial de nuestro sistema democrático que enriquece nuestro proceso político y fortalece nuestra democracia.
Al concluir estas reflexiones en este período de introspección que brinda la Semana Santa, encuentro motivo para una esperanza cautelosa en el futuro de Colombia, que alimentan mi optimismo moderado hacia el futuro de Colombia, base sobre la cual podemos construir y progresar, enfrentando desafíos pendientes como la pobreza, la inseguridad, el narcotráfico y la búsqueda de una paz duradera.
ENRIQUE MORALES NIETO
emorales@praxisempresarialsa.com